Cassie Haydal, 18, metanfetaminas
Last Updated: Wednesday December 1, 2021
~ Written by Mary Haydal
Cassie estaba en el último año de secundaria. Era una muchacha hermosa del cuadro de honor; entrenadora de básquetbol, esquiaba, voluntaria en el programa escolar después de clases y la única adolescente a la que le habían publicado sus artículos sobre deportes en el periódico. Asistía a la iglesia todos los domingos y leía la Biblia. Estaba en camino de entrar en la Universidad Estatal de Montana para titularse en periodismo. Se le dieron muchas oportunidades; una en particular fue un viaje a Francia en 2000. Recuerdo que llamó a casa y me dijo: “Mami, ¡hay todo un mundo allá afuera!” ¡Estaba tan feliz y entusiasmada!
Varias semanas antes de que partiera a Francia, ocasionalmente le vimos conductas extrañas, cierta pérdida de peso, insomnio y ojeras. Como padres, eso nos preocupó, hicimos preguntas y tratamos de averiguar qué le sucedía. La llevamos con dos médicos en un lapso de tres semanas. Y tan sólo dos días después de haber visto al segundo doctor, el 4 de noviembre de 2000, Cassie regresó del básquetbol a casa, donde estaba entrenando al equipo de su hermana Nicki, y se derrumbó.
Había sufrido un ataque cardiaco masivo por tomar metanfetaminas. En la unidad de terapia intensiva nos enteramos de que las consumía. Estaba en coma. El doctor nos explicó que le habían detectado metanfetaminas en sus estudios y que cada vez que se consumen, dañan el corazón. Cassie se había convertido en una bomba de tiempo ambulante. Cuando se fue a practicar y a trabajar duro durante dos horas, sufrió un ataque cardiaco masivo al regresar a casa. Literalmente le había estallado el fondo del corazón. Después de varios días, abrió los ojos y le pregunté al neurólogo si había despertado. Tomó la cabeza de mi hija en las manos y suavemente la hizo rodar de lado a lado, y cada vez que movía la cabeza, los ojos se le movían al mismo lado. “Es lo que se llama ojos de muñeca”, explicó. Era un signo de daño cerebral permanente e irreversible. Varios días después dimos autorización para que le desconectaran el soporte vital. Y en medio de nuestro amor y nuestras caricias, nuestra hija se separó de nuestros brazo hacia la eternidad, sin darnos una segunda oportunidad de ayudarla.
Las consecuencias
El 14 de noviembre de 2000 perdimos a nuestra preciosa y talentosa hija y empezamos un aprendizaje muy costoso sobre esa droga, las metanfetaminas.
Al principio simplemente pensamos que habíamos sido malos padres y por eso Cassie había muerto. Y entonces, conforme fueron saliendo de la nada niños y adultos y hablaron de su adicción, nos dimos cuenta de que Miles City tenía una epidemia de metanfetaminas.
Recibimos llamadas de todo el estado y nos dimos cuenta de que en todos los rincones de Montana había familias sufriendo pérdidas similares por los efectos tanto directos como indirectos de las metanfetaminas.
Al principio pensamos que perdimos a Cassie por ser malos padres. ¿Dónde estábamos mientras las metanfetaminas devastaban la mente, el cuerpo y la vida de nuestra hija? ¿Cómo pudimos verla a la cara todos los días y no darnos cuenta?
En junio de ese año, Greg y yo asistimos a un taller sobre drogas y cuando el presentador nos habló de los horrores de las metanfetaminas, recuerdo haber pensado: “Bueno, gracias a Dios mi hija nunca tomará drogas.” (En ese tiempo ni siquiera pensábamos que nuestra hija bebiera.)
Ahora aprendimos como familia lo que han aprendido otras familias. Las metanfetaminas cruzan todas las líneas religiosas, educativas, socioeconómicas y raciales.
Las metanfetaminas no sólo están matando niños. Están matando a nuestros niños y eso es lo único que importa.