David Manlove, 16, inhalantes
Last Updated: Wednesday December 1, 2021
Relatado por sus padres
Cuando nuestro hijo David tenía 13 y 14 años, descubrimos que había probado el alcohol y fumado mariguana. Reiteramos nuestra regla de que el alcohol y las drogas eran inaceptables e impusimos lo que pensamos eran consecuencias apropiadas. Vivimos nuestros años de adolescencia y de jóvenes adultos a fines de la década de 1960 y en la de 1970, y como padres creíamos que reconoceríamos los signos de consumo grave de drogas. Pensamos que las acciones de David eran sólo la fase de experimentación por la que pasan tantos chicos. Pero estábamos equivocados.
Cuando David tenía 16 años finalmente nos dimos cuenta de que su consumo de alcohol y drogas había adquirido mayores proporciones. Le buscamos apoyo profesional en un establecimiento para tratar adicciones y alcoholismo. Aunque al principio estuvo indeciso, a David le fue bien en el programa. Asistía religiosamente a la terapia, participaba mucho en las discusiones, reconocía públicamente que estaba luchando con su adicción y empezó a asistir a reuniones de los 12 pasos.
Cuando terminaron las clases, a principios de junio, estaba esperando el verano con optimismo. Encontró un trabajo, ganó dinero para comprarse un auto y trató de recuperar algo de nuestra confianza. Pero su constante deseo de estar “pasado” era muy poderoso, más poderoso de lo que sabíamos y, lo que era más importante, más poderoso de lo que él mismo sabía. De hecho, meses antes David había descubierto que podía darse un “pasón” inhalando el gas propulsor de las latas de aire comprimido para desempolvar computadoras, y que este no aparecía en los exámenes administrados sistemáticamente en el establecimiento donde lo trataban. Pero teníamos la sospecha de que estaba inhalando el aire comprimido. Cuando lo confrontamos al respecto, él lo negó con vehemencia, declaró que sabía lo peligroso que era y que jamás haría algo tan estúpido.
Un hermoso domingo, cálido y soleado, de la segunda semana de junio, se levantó temprano, podó el jardín y nos preguntó si podía ir con unos amigos. Acabó en casa de un amigo, nadando en la piscina del patio trasero. A la hora del almuerzo, las muchachas entraron en la casa para comer, pero David y otro chico dijeron que querían ir a un lugar cercano de comida rápida. Pero fueron a una tienda donde compraron una lata de aire comprimido.
Los chicos regresaron, volvieron a la piscina y empezaron a inhalar el propulsor de la lata de aire comprimido, de pie en el lado poco profundo de la piscina. Para intensificar los efectos, David empezó a zambullirse bajo el agua al inhalar el propulsor. Sin embargo, después de la tercera o cuarta vez, ya no salió del agua. Al principio, los chicos pensaron que solo estaba bromeando, pero después de un minuto se dieron cuenta de que algo andaba mal. Su amigo sacó a David del agua mientras las chicas corrían en busca de ayuda. Los paramédicos llegaron en cuestión de minutos y trataron desesperadamente de revivirlo. Lo llevaron a toda prisa a un hospital cercano sin dejar de darle respiración artificial. Sin embargo, la sustancia tóxica del propulsor le había congelado los pulmones e interrumpido la actividad eléctrica del corazón, causándole un paro cardiaco. Después de casi una hora de tratar de salvarle la vida, cuando el médico de la sala de urgencias nos dijo que habían hecho todo lo que pudieron, tomamos la decisión más difícil que puede tomar un padre: le pedimos al equipo que parara y así lo hizo.
Semanas antes de su muerte, cuando lo confrontamos por nuestras sospechas de que estaba inhalando aire comprimido para computadoras, le preguntamos: “¿David, a dónde vas a llegar con todo esto? ¿Qué estás haciendo con tu vida?” Y con toda la seriedad de sus 16 años, nos respondió: “Quiero ser doctor como mi abuelo. Quiero dejar mi huella en el mundo.” Al relatar su historia, pensamos que David está dejando huella.