Ian Eaccarino, 20, heroína
Last Updated: Wednesday December 1, 2021
Historia relatada por su madre, Ginger Katz
Una mañana de septiembre me desperté en la pesadilla de cualquier madre. Encontré a Ian, mi hijo de 20 años, muerto en su cama a causa de una sobredosis accidental de heroína.
Ian James Eaccarino era un prometedor estudiante universitario con toda la vida por delante. Era brillante, atlético, popular y apuesto. Su familia y muchos de sus amigos lo amaban profundamente. Pero las drogas le destruyeron la vida.
Empezó a fumar tabaco y mariguana en el octavo grado. Como muchos jóvenes, negaba todo problema mediante su minimización. Yo no estaba al tanto de su consumo de drogas; pensaba que sus cambios de conducta eran los de la adolescencia. Después asistí a un programa de concientización de drogas que me abrió los ojos ante lo que realmente ocurría en mi casa.
Cuando Ian se sometió a un examen de drogas en la secundaria, nos enteramos que con ayuda de un amigo había cambiado su muestra de orina por la del hermano de su amigo, a fin de encubrir su consumo de drogas. Posteriormente le hicimos una visita sorpresa en la escuela para que se volviera a someter al examen, del cual salió positivo por mariguana.
Ian aceptó ir a terapia pero no pudo ponerse en contacto con los problemas emocionales que eran la raíz de sus conductas de riesgo y su constante consumo de drogas. Yo veía su continuo dolor y tenía mucho miedo por él. Pero Ian fue muy hábil para disimular su adicción. A lo largo de la secundaria destacó en el equipo de béisbol y fue el tercer mejor anotador del equipo de lacrosse. Insistía en que estaba bien, pero en realidad no era así.
En su último año de secundaria su auto fue atacado con bombas incendiarias en la entrada de nuestra casa. En retrospectiva, sí nos dimos cuenta de que eso estuvo relacionado con las drogas, pero la explicación que nos dio en ese momento nos pareció lógica. Todo fue una mentira; las actividades vinculadas al consumo de drogas en general se asocian con violencia y engaños.
Nueve meses antes de morir, Ian y dos de sus amigos aspiraron heroína por primera vez. En ese tiempo estaba en segundo año del colegio. Uno de sus amigos se asustó, el otro se enfermó... pero a Ian le gustó. Cuando finalmente fue a rehabilitación me dijo: “Mamá, en el colegio hay todo un bufé de drogas. Y si no tienes dinero, te las dan gratis y entonces ya quedas enganchado.”
Durante ese último verano, mientras estaba en terapia y recuperación, Ian renovó sus relaciones cercanas con todos nosotros. Mi hijo había regresado conmigo. Hablábamos mucho y jugábamos tenis. Él disfrutaba jugar al golf con su padrastro Larry. Para Candance, su hermana mayor que lo adoraba y que tiene síndrome de Down, él era un rayito de sol.
Me dijo algunas cosas desde el fondo de su corazón ese verano antes de morir y empecé a tener ciertos atisbos del dolor íntimo al que se había aferrado tanto tiempo. Él lamentaba mucho tomar drogas. “Mamá, la arruiné. No es culpa de papá, ni de Larry ni tuya. Asumo la responsabilidad. Yo me equivoqué.” Se me rompió el corazón. Yo sabía que los chicos la arruinan; él estaba pagando por eso con su espíritu, su intelecto y su vida. Ese último verano, cuando se dio cuenta de lo que había hecho con su vida y lo que nos había hecho a todos en la familia, su dolor fue insoportable. Pero no podía parar.
La noche antes que muriera me di cuenta que había recaído. Él sabía que yo estaba asustada y que eso me lastimaba mucho. Me dijo: “Mamá, quiero ir a ver al doctor en la mañana y no quiero irme a vivir con mis amigos.” Ese fue el acuerdo. Después, él vino arriba y me dijo “Lo siento mucho, mamá.” Eso me sigue resonando en los oídos. Jamás pensé que iba a bajar y a hacerlo una vez más. Pese a todos sus remordimientos, las drogas fueron más grandes que él.
Murió mientras dormía y yo lo encontré antes de salir a correr por la mañana. Mi bebé no tuvo una segunda oportunidad. Los vecinos me dijeron que mis gritos cuando pedí ayuda al 911 esa mañana se podían escuchar a dos calles de distancia.
Mi vida cambió para siempre. Me di cuenta de que el perro de Ian, Sunny, había trepado por una empinada escalera en medio de la noche con la intención de despertarme. Pero yo no lo oí. Esa noche dormí profundamente por primera vez en mucho tiempo, aliviada por la promesa de Ian de que buscaría ayuda en la mañana.
Desde la muerte de Ian, mucha gente me ha pedido que hable de su lucha contra la adicción y sus efectos en nuestra familia y sus amigos. Lo más importante que aprendí es que los secretos y el silencio son nuestros enemigos comunes. Por eso viajamos por toda nuestra comunidad, por nuestro estado y nuestro país para inspirar a los jóvenes, a los padres y educadores, para que tengan el valor de hablar, para que ninguna otra familia tenga que sufrir la terrible pérdida que sufrió la nuestra.
Esa fue mi promesa a Ian.