Jason Surks, 19, medicamentos de receta
Last Updated: Wednesday December 1, 2021
Historia relatada por su madre
Mi hijo Jason y yo trabajábamos para una agencia comunitaria de prevención de abuso de drogas, de manera que él conocía los peligros. Creíamos que él no las consumía; hablábamos de eso con frecuencia. Estaba tan convencida de que así era, que se volvió una especie de broma entre nosotros. Cuando él dejaba la casa al terminar el fin de semana, solía decirle: “Jason, no te metas drogas.” “Ya sé, mamá”, respondía. “No lo haré.” Pero lo hacía.
Cuando Jason era un niño pequeño, mentía sobre cosas sin importancia. Tenía siete años cuando juró que ya se había duchado, aunque la tina estaba completamente seca. Lo atrapaban en esas mentiras continuamente pero al crecer hablamos al respecto y él nos dijo que se daba cuenta de lo tonto que era todo eso. Yo estaba convencida de que lo había dejado atrás al crecer. En diciembre de su segundo año en el colegio me di cuenta de que no era así.
Jason era el tipo de persona a la que se sienten atraídos los demás. Hacía amigos con facilidad y tenía un excelente sentido del humor. Era una persona cariñosa y un hijo amoroso que respetaba a su familia. Era muy servicial en la casa y en invierno siempre despejaba la entrada de nuestro vecino.
Jason estaba terminando el primer semestre de su segundo año en la preparación de la carrera de farmacéutica en la Universidad Rutgers. Ya que su dormitorio estaba a tan solo 45 minutos de distancia, él venía frecuentemente a casa los fines de semana, muchas veces para trabajar en la farmacia en la que tenía un empleo desde que estaba en secundaria. El domingo 14 de diciembre recuerdo que me despedí de él en la puerta de la casa. Como hacía con frecuencia, le acaricié la mejilla con la mano. Me encantaba la sensación desaliñada de su barba incipiente; me recordaba que mi pequeño hijo estaba creciendo. Acaricié a Jason en la mejilla y le dije que lo amaba.
El 17 de diciembre en la mañana, mi esposo me llamó al trabajo. Jason estaba en la sala de urgencias y nosotros debíamos ir tan pronto como pudiéramos.
Cuando llegamos al hospital se refirieron a nosotros como “los padres” y nos llevaron a una oficina privada. Pedimos ver a Jason pero nos dijeron que teníamos que esperar a hablar con el médico.
Al parecer, Jason había estado abusando de medicamentos de venta con receta y había tenido una sobredosis.
Al hablar con docenas de amigos de Jason después de su muerte, nos enteramos de que quizá había empezado a abusar de los medicamentos de venta con receta después de empezar el colegio y de que, al parecer, eso se había intensificado el verano anterior a su muerte. Yo sé que él pensaba que estaba siendo prudente.
Nos enteramos de que había investigado en línea la seguridad de ciertas drogas y cómo reaccionaban con otras. Como estudiante de farmacéutica, quizá pensó que conocía estas sustancias mejor de lo que realmente sabía. También nos enteramos de que había visitado varias farmacias en línea y comprado drogas en una farmacia mexicana en línea. Encontramos registros de que esa farmacia le renovaba el pedido automáticamente cada mes.
Al repasar mentalmente los últimos meses de la vida de mi hijo, trato de identificar cualquier señal que haya pasado por alto. Recuerdo que en algún momento, en su primer año en Rutgers, descubrí un frasco de píldoras sin etiqueta en su habitación. Me llevé las píldoras a mi computadora y las identifiqué como una forma genérica de Ritalin. Cuando confronté a Jason al respecto, me dijo que se las había dado un amigo a quien se las habían recetado. Él quería ver si le podrían ayudar con su problema para concentrarse en la escuela. Yo aproveché la oportunidad para aleccionarlo sobre los peligros de abusar de los medicamentos de venta con receta y le dije que sí realmente pensaba que tenía trastorno de déficit de atención, debía darle seguimiento con un clínico. Me prometió que dejaría de tomar la droga; incluso llamó a la oficina de asesoría para hacer una cita para una evaluación.
El único otro signo que puedo recordar es que un fin de semana que estuvo en casa, pasé ante él en la cocina y noté que los ojos se le veían raros; tenía las pupilas pequeñas como puntas de alfiler. Lo confronté ahí mismo y entonces le pregunté que si andaba “en algo”. Él me dijo, “No, ¿cuál es el problema?” y fue a verse en el espejo para saber de qué estaba hablando yo. Me dijo que no sabía qué andaba mal, que quizá era porque estaba cansado. Yo tenía mis sospechas pero su conducta era perfectamente normal, así que lo dejé pasar.
Mi hijo Jason dejó su huella en el mundo durante 19 años y seguirá dejándola. Al seguir relatando su historia, yo espero ayudar a que otras familias eviten una tragedia como la que sufrió la mía.